(María Saravia Puerta)
No pensé que llegaría a ese nivel. Coronavirus, confinamiento, siete hijos que mantener, mi puesto de trabajo perdido. No sabía qué hacer. Y ahora cumplo condena por lo que hice. Mientras tanto mi familia está sola. Espero que no tengan frío ni hambre. Y espero que no me odien por lo que hice. Quizá había otro camino que no vi. Ahora me replanteo cómo será mi vida aquí, y cómo será la vuestra sin mí.
Nunca pensé que en mi trabajo como abogado vería algo así. Confinamiento, hambre, enfermedad, muertes. Un padre desesperado por alimentar a una familia está ahora cumpliendo una pena privativa de libertad. ¿Cuántas familias estarán luchando en estos momentos?. Me pregunto cuánta soledad y cuanta tristeza podemos soportar los seres humanos. Seguramente cuando comunique con él cliente pueda verlo reflejado en su rostro. En mi trabajo veo de todo, pero no me imagine algo así.
TRABAJE USTED DESDE CASA (José Luis Marín Weil)
Subiendo la cuesta me sentía raro. A mi paso, casi nadie. Y aquellos con quienes me cruzaba llevaban una mascarilla, pero yo no. Y eso me hacía sentir culpable. Como si yo fuera a contra ritmo.
El Coronavirus había desatado una psicosis y había impuesto no una moda, sino una obligación. O realmente muchas.
Tres días seguidos abriendo el despacho sin que nadie tocase el timbre cada mañana. El teléfono repentinamente había dejado de sonar. La abogacía paralizada de cuajo con los plazos suspendidos. Entonces me di cuenta que aquello que estudiamos en Constitucional del Estado de Alarma existía realmente.
Pero sobre todo cuando me paró la U.M.E. en plena calle.
- Estamos en pleno confinamiento. ¿Dónde va usted?
- Soy abogado. Voy a mi despacho, tengo mucho trabajo atrasado.
- No se preocupe. Ya tendrá tiempo. Dé usted la vuelta y quédese en casa.
(Cristian Nebrera Clemente)
Hace un día frío. Don Antonio se levanta de la cama y coge el teléfono. Decenas de mensajes y correos se acumulan en su dispositivo en un ir y venir interminable de notificaciones.
- El coronavirus nos está asfixiando, piensa Don Antonio.
Un nuevo mensaje aparece en su teléfono, Josefina, la de la cafetería: “Ayuda, no puedo seguir trabajando, los proveedores me reclaman y los plazos se me agotan”.
Don Antonio desayuna y vuelve a su cuarto. Su mesa amontona los expedientes en una mezcla de caótico resultado. Cómo tengo esto…y solo llevo cuatro días confinado, exclama. El teléfono vuelve a sonar, por el auricular suena una voz “ me echan de mi casa, necesito un abogado”.
El miedo, que también se contagia, nos susurra en estéreo, pero… hoy puede más la confianza de ser el pilar de los que nos necesitan.
Don Antonio comienza a trabajar un nuevo día.
TURNO DE GUARDIA (Alberto Gallego Heredia)
Carlos ya estaba listo y preparado, dado que en cualquier momento podría sonar el móvil y tendría que asistir a algún detenido. A pesar de que durante la semana había estado trabajando en un recurso de casación y estuvo muy estresado, intentó afrontar su turno de oficio con el cariño que sentía por la abogacía.
Estaba pasando toda su jornada de guardia en carretera, y todas las emisoras informaban sobre la pandemia de la Covid-19 y su inminente confinamiento. En cualquier circunstancia le parecería una locura, pero a las 20.30 horas de ese sábado le pareció algo maravilloso. Solo quería disfrutar de su familia en su nueva vivienda y verse alejado del trabajo durante unos pocos días.
A las 00.00 de la noche terminó su turno muy satisfecho. Tres nuevos casos y en casa.
Cuando despertó y abrió las quince notificaciones de suspensión de juicios, quería despertar de aquella pesadilla.
LA VERDADERA FELICIDAD (Enara González Chans)
Hasta no hace mucho, el trabajo del abogado Pepe no era muy distinto al nuestro. Desde su pequeño pueblo de la Sierra Sur de Jaén, motorizado con el coche que le regalaron sus padres, recorría la provincia con su toga y su viejo maletín.
Tal era la obsesión de Pepe, que a veces olvidaba lo más importante, disfrutar de sus pequeños. El trabajo era el protagonista de su vida. Hasta que un día, lo que parecía una película de ciencia ficción del lejano oriente, golpeó la vida de todos.
El coronavirus cerró colegios, comercios, Juzgados... Los días parecían semanas, y las semanas parecían meses. Sin embargo, un día se despertó dándose cuenta de lo feliz que estaba siendo en el terrible confinamiento. No necesitaba trabajar tanto, ni levantarse tan temprano.
Durante esos oscuros días, Pepe descubrió que su felicidad estaba en aprovechar al máximo su vida junto a su familia.
JUICIO AL CORONAVIRUS (Alberto Gigante)
En la ciudad de Jaén, ante el Magistrado-Juez Don Justo Justicia, se declara abierta la sesión, por la que se Juzga a Don Coronavirus, por delito de lesa humanidad contra la población de Jaén. El Ministerio Fiscal, representado por Don Caifás, solicitó condena de prisión permanente revisable para el acusado, al haber asesinado a la población más vulnerable de Jaén, y haber obligado a practicar un confinamiento obligatorio al resto. La defensa, representada por el abogado Don Inocencio, solicita la libre absolución de su defendido, al existir eximente de actuar en legítima defensa, una vez su defendido necesitaba infectar para sobrevivir, y que finalmente consiguió enseñar a la población, que el trabajo desde casa es posible, y que la unión de todos genera esperanza. Se dicta Sentencia, que declara culpable al acusado, y le condena a VACUNA obligatoria, con orden de alejamiento de Jaén y sus gentes.
FUTURO INCIERTO (Miguel Ángel Balboa Sabalete)
Desperté como un día cualquiera, hice mi cama, tomé una ducha, y bajé a la cocina a desayunar. Fue en ese mismo instante, cuando me di cuenta que algo extraño ocurría, no se escuchaban las voces de los niños jugando en la calle, tampoco el ruido de los automóviles, volví a subir a mi dormitorio y me habían trasladado mi centro de trabajo a esas cuatro paredes. A través de los cristales de mi dormitorio donde ejercería la abogacía de una forma atípica e inusual, pude observar la paz que habitaba entre las calles, calles desiertas y desoladas, pero llenas de vida a la vez. En efecto, la humanidad sufría un confinamiento debido a un extraño virus llamado Covid-19. ¿Quizás lo merecíamos?, no lo sé, lo que si puedo afirmar es que nunca sabremos lo que nos pueda deparar el mañana.
(Ulises Martínez Pérez)
Mes de abril de 2020. Balcones. Aplausos a las ocho de la tarde. Música. Ánimo y fuerza. Otro día más de confinamiento. Merecidísimas ovaciones en homenaje a los sanitarios, guerreros incansables contra el Covid.
Cama. Nueve de la mañana. Teléfono. Cuartel de la Guardia Civil. Detenido en calabozo.
Lectura de derechos vía telefónica. Ciudadano nervioso al no poder ver ni hablar presencialmente con quien le va a defender. Desplazamiento del abogado por las solitarias calles desiertas hasta dependencias judiciales.
-Buenos días. ¿Y el investigado?
-Por seguridad, declarará a través de videoconferencia. Usted debe estar presente. Error de conexión para realizar la declaración. Horas más tarde puesta en libertad.
Héroes olvidados sin capa, sin aplausos, pero con toga, defendiendo los derechos y libertades de los justiciables. Arduo trabajo.
Misma batalla. Idéntico peligro. Todos sin escudo.
GRACIAS (Catalina Ponce Lanzas)
Hace 5 años yo me dedicaba al mundo sanitario, mi vida seguía su curso, no me planteaba un cambio, simplemente me levantaba me iba a trabajar y cumplía con mi deber, aunque en lo mas profundo de mi ser siempre supe que ese no era mi mundo. Me invadía un deseo de lucha por defender las injusticias.
Un día surgió en mi familia un problema, estábamos perdidos, como diría Kafka ante la Ley, una puerta infranqueable para todo aquel lego en Derecho.
Comenzamos a buscar abogados, los cuales nos auguraban una difícil solución para aquel problema, pero en mi insistencia conseguí contactar con un abogado que me dio esperanza.
Este señor me dio un trato humano, amaba lo que hacía, no le importaba el dinero solo quería resolver mi problema, de aquella situación nació una gran amistad. Tras las largas conversaciones entre abogado y clienta, un día manifesté mi admiración su profesión, le revele que me hubiera encantado ser como él. Este señor me dio una motivación tan grande que decidí cambiar el rumbo de mi vida y empezar el Grado en Derecho para ser una gran abogada en el futuro.
Nada es imposible si luchamos por los sueños, ahora estoy terminando la carrera y estoy mas cerca de lo que un día parecía imposible. GRACIAS a este magnifico abogado que me inspiro.
DE SUEÑO A PESADILLA (SUSANA GISBERT GRIFO)
Durante mucho tiempo estuve soñando con que llegara a la abogacía la informatización y pudiéramos prescindir por fin del anticuado presencialismo.
Mi sueño se cumplió, y el covid y el confinamiento nos obligaron a adaptarnos a los medios tecnológicos, única manera de seguir adelante con nuestro trabajo.
Nos adaptamos tanto que hoy solo puedo soñar con el contacto humano, mientras acaricio el teclado con la vana esperanza de que me responda.
MUERTE POR COVID (Pedro Molina)
Acostado en una fría cama de hospital, Lucio reflexionó sobre su vida, esa vida que ahora se le escapaba entre los dedos: se había contagiado de Covid-19 injustamente, puesto que no había infringido el deber de cumplir con el confinamiento. Una cardiopatía congénita formaba un cóctel explosivo con el maldito virus y estaba a punto de morir.
Brillante estudiante de Derecho en su día y años más tarde abogado vocacional, voluntarioso, lloró de impotencia al pensar que ya nunca más se pondría la toga para intervenir en la sala. Esa sala en la que tantas veces se había sentido feliz realizando de forma íntegra y profesional su trabajo: garantizar el derecho a la tutela judicial de la ciudadanía, un derecho fundamental consagrado en el artículo 24 de la Constitución Española. No cabía el consuelo ante la muerte pero, al menos, su conciencia estaba muy tranquila.
VERDES
Papá, cuéntame otra vez ese cuento que me gusta tanto.
No es un cuento, es un caso que llevé como abogado semanas antes del Coronavirus.
Ya, pero nos reiremos mucho...y este aburrido confinamiento. Prometo no dar carcajadas ni despertar a la hermana.
“Era un pastor de cabras…que tenía un rebaño no muy grande. Las cabras comían en las cunetas de la carretera y en una parcela, que aunque estaba alambrada con espinos, los animales aprendieron el modo de entrar”
El dueño de la parcela me contrató y demandamos al pastor. Es mi trabajo…
Señoría, reclamamos 1.200€ por los daños al cereal.
El pastor interrumpe….., ¡el que reclama soy yo!
El juez le pregunta:
¿y usted por qué reclama?
Mis cabras sufrieron por culpa de la alambrada, tenía espinos y a los dos días de cruzarla a las cabras se les pusieron las TETAS verdes...”
Ja ja ja…….. !Verdes!, ¡tetas verdes!
(JUAN ANTONIO PASTOR RIVILLAS)
El confinamiento solo me duró un día. El día 15 de marzo de 2.020, a las ocho de la mañana, sonó la melodía de mi móvil y sabía que me llamaban del servicio de guardia del Colegio de Abogados.
La declaración de mi defendido en la Comisaría fue lacónica y distante como las nuevas medidas de seguridad anti-covid impuestas.
Me dirigí con tiempo al Juzgado y en la misma puerta coincidí con un compañero, pronto congeniamos y la espera se transformó en una conversación sobre la asistencia del día, el trabajo pendiente, y sobre un tal covid-19 que había cambiado nuestras vidas repentinamente.
Tres meses después llamé a su teléfono del despacho, empero una voz entrecortada me musitó que desgraciadamente había fallecido recientemente como consecuencia del coronavirus.
Nunca un silencio duró tanto, nunca la Justicia y la Abogacía lloró tanto por los que dieron su vida por servirla y dignificarla.
Mi sentido homenaje y reconocimiento agradecido a todos los abogados fallecidos durante la pandemia.
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